sueltos

 

cuentos, ensayos y crónicas sueltas


Acá cuelgo algunos textos sueltos que se encuentran por las redes. Para leer más, presiona los títulos.


 

Toma este anhelo, un cuento

Francisco conoció a Rita en un concierto del viejo perro canadiense. Recién se había mudado a Atlanta, Georgia y los pocos ahorros que tenía los gastó en el boleto más barato para el evento. Llegó demasiado temprano y, por alguna razón, lo dejaron entrar al aula. Un ujier, al verlo solo, lo movió a una de las dos butacas que no se habían vendido en las filas exclusivas frente a la tarima. Treinta minutos después, la septuagenaria ocupó el puesto al lado de él, también dirigida por el mismo ujier. Al ver a Francisco tan joven—tenía veintitrés y cara de huérfano—, le dijo algo. Pudo haber sido un simple ´hola´, pero lo más probable es que el comentario hubiera estado relacionado a la alegría que sentía de estar viendo al cantautor una vez más, confiada de que, debido a su avanzada edad, se le permitía llevar la emoción a flor de piel. Él estaba solo y no había hablado con nadie desde esa mañana en la que llamó a su mejor amigo, en Puerto Rico, para comentarle que iría al evento.


casa, suelo y espejismo, un ensayo

Desde hace mucho puse al principio de la historia familiar la casa de la abuela materna, la que siempre fue el punto de encuentro de sus casi diez hijos, de los casi cuarenta retoños de estos, y los casi cien hijos de esos otros; la de los techos de cemento que se levantaron después del huracán Georges, pero también su encarnación anterior, la de los de zinc que le precedieron, la que tuvo comején en las paredes alguna vez, la que no sé cómo sobrevivió el Huracán Hugo—debo preguntar—. Si esa es la casa, la propiedad, el lugar que pongo al inicio, también, por consecuencia, siempre ha incluido la parcela misma en la que los tíos la levantaron, porque esta es, para ellos, clave en la historia. Si se les preguntara, esos tíos, mi madre, mi abuela—quienes ocuparon esa casa, esa propiedad—, repetirían que fue el principio, pero insistirían que no el origen; que llegué a mitad de camino. Siempre han hablado, las pocas veces que lo han hecho, de una vivienda anterior, otra que era simple y de madera y la letrina estaba afuera, un poco alejada. De aquella otra se tenía que ir descalzo a la escuela, con los zapatos en la mano, para que no se ensuciaran; y si crecía la quebrada, el abuelo tenía que pasar la noche en el monte. Aquella otra era solo casa y estaba en propiedad ajena y siempre lo había estado, pero un buen día los echaron.


the primary substance, un cuento

Juan Carlos saw the man die in the car to the right, in the middle of a bumper-to-bumper traffic jam that made no sense. Despite the downpour that conspired with the heat and threatened to drown the world, he saw the man’s head bash against the foggy window. He swore he heard it, even if the only thing capable of piercing through the deafening noise of the endless vehicles and the weather was the useless and faraway whistle of an officer who had been guiding traffic in that thoroughfare since Hurricane María, two years ago. 


un juego de distancias y una crónica

Ya antes nos habíamos cuestionado si debíamos haber venido a Cuba, pero esa fue la primera vez que lo hicimos desde que aterrizamos en La Habana y la que anunció los arrepentimientos posteriores. Era miércoles, 20 de septiembre, nuestra cuarta mañana en la ciudad. Desayunábamos, como siempre, en la casa particular en la que nos estábamos quedando. A diferencia de los primeros días, en los que habíamos escuchado la radio mientras nos pasábamos el pan y la mantequilla, esa mañana el dueño de la casa había encendido el televisor y sintonizado el noticiario mañanero. En algún momento entre nuestra segunda taza de café y la llegada de Gloria y Alejandra, las dos escritoras bogotanas que se quedaban en la habitación del lado, el meteorólogo de la estación comenzó a hacer un repaso del estado del archipiélago caribeño tras los recientes embates del huracán Irma.


tele-marketing, una crónica

El hombre me dice que su único familiar, su nieto ha muerto. Lo han atropellado, me aclara. Tartamudea: “Han atropellado a mi nietito”. Cierro los ojos y me acomodo los espejuelos y el auricular a través del cual conversamos. Le doy mi pésame como por instinto y le pregunto que cómo se llamaba el nene. Lo escucho sorber. Primero pienso que bebe café, porque aún no son las ocho y media de la mañana. Muy pronto se me ocurre que llora.